Los lobos del puerto
Tranquilos, indolentes, ajenos a todo, dormitan, bostezan, se gruñen y vuelven a dormitar.
Los lobos del puerto están allí, para quien se anime a oler y a mirar.
Mucho antes que cualquier ejemplar de la aristocracia porteña de la Belle Epóque pisara estas playas, sus tatarabuelos ya estaban allí, ajenos a todo, dispuestos al sol y a quien se anime oler y a mirar...
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