Amores que matan

Tarde fresca y de llovizna intermitente.

Aquel embarcadero había adquirido esa transparencia, esa invisibilidad de los que ya no cuentan, y seguramente por eso, la gente pasaba a su lado sin reparar en él.

Sumergido en un apacible reposo y ajeno a su olvidado esplendor de cosa útil, solo contaba con la compañía de su novia de siempre, su indisoluble otra mitad en aquella metódica vida de recibir y despedir embarcaciones, de quien era objeto de un abrazo permanente.

Resulta paradójico pensar que esa misma agua que lo acaricia sin descanso, que lo contuvo y le dio sentido a su existencia, también apura su final alimentando un cáncer de herrumbre que lo corroe poco a poco.

Vaya si es cierto que hay amores que te terminan matando.

Gracias por tu visita!

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