Estación de pueblo

Las horas parecen detenidas en aquella estación de pueblo. Todo es apacible, casi deshabitado, salvo por el ladrido de algún perro de tanto en tanto.

A lo lejos y en la dirección que mire, las vías siguen empeñadas en unirse, como si de en un amor imposible se tratara.

El aspecto inconfundible del edificio, como el de casi todos sus pares que he conocido, delata la sencillez y el pragmatismo de sus hacedores.

En cada una de sus partes el paso del tiempo acusa recibo, pero de un modo decoroso, no hay decrepitud, solo una vejez digna acorde con el devenir tranquilo de la tarde.

Aquella estación de pueblo parece destinada a seguir existiendo, aún si se extinguieran los trenes. Algo que parece estar más allá de su función le sigue dando sentido.

De pronto imagino que el espíritu de la Penélope de Serrat está encarnado en esa vieja estación de pueblo, y que el de su amado se encuentra en ese tren que posiblementre nunca regrese.

Entonces comprendo: Los ladrillos de sus paredes no están afirmados con cal, las chapas y maderas de su cubierta no están fijadas con clavos, ni la perfilería de su estructura está soportada por bulones y remaches. Lo único que mantiene a cada parte en su lugar no es otra cosa que la fuerza de una esperanza persistente.

Me voy de allí sin necesidad de comprobar mi teoría, solo me basta con saberlo.

(Estación Speluzzi, localidad de Speluzzi, Pcia. de La Pampa, Argentina)








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